Decisión obligada o propia
P. Fernández
Hace ocho años decidí irme al pueblo. Después de 15 años trabajando en la misma empresa, terminé en el paro. La empresa no podía con la crisis y yo tampoco.
Más de un año buscando trabajo fue suficiente para darme cuenta de que ya no podría seguir pagando el alquiler con tranquilidad, aspirar a comprarme un coche nuevo o un ordenador mejor ni el último modelo de movil. Pensé que no tenía mucho sentido seguir intentándolo. Así que decidí empezar otra vez, pero lejos de la ciudad y cerca de mi familia. Además, mis padres ya son muy mayores y necesitan algunos cuidados.
Ahora, disfruto del pueblo y de la compañía de mis padres. Los cuido un poco, les ayudo... ellos encantados y yo, todavía más. Me parecía que les debía algo de ayuda y de tiempo porque pienso que, a lo peor, no les queda mucho.
He aprendido a vivir de forma más austera, como muchos españoles que van aguantando la crisis mientras acaban con sus pequeños ahorros o con los de sus padres. Y mis pequeños ahorros no iban a durar mucho.
No se me da bien la agricultura, pero seguiré intentando aprender de mi padre y mantener la pequeña huerta. Disfruto de vivir en el pueblo, de las charlas y los paseos y de algunas partidas de mus, tute o dominó.
Y así, se me han pasado ocho años. Tengo mi grupo de amigos y amigas en el pueblo (la mayoría son más mayores que yo), y en algún otro pueblo cercano. No me apetece ir a la ciudad, aunque hago escapadas al cine o a alguna fiesta o espectáculo y, a menudo, me acompaña alguna amiga o amigo.
Empezar una nueva vida en un pueblo no es fácil, pero no está en mis planes marcharme.
De momento, mantengo abierto el viejo bar, y trabajo el barro porque siempre me ha encantado trabajar con las manos y moldear objetos. Pero no podría ganarme la vida con ello, así que mis mejores piezas me sirven para decorar el bar; incluso he vendido algunas. A los visitantes, que tampoco son demasiados (menos en verano), suelen gustarles.
Y cuando decido ir a la ciudad (pocas veces) siempre hay alguien, de confianza, que puede quedarse en mi lugar.
Aquí, se puede confiar en todo, o casi todo, el mundo.
Me gusta vivir en el pueblo y no me considero raro.
Sin Retorno The Real Life.